sábado, 18 de julio de 2009

"¿Qué pasó el 18 de julio?," artículo de Emma Riverola; algunas reflexiones sobre la enseñanza de la historia

Me acuerdo de la primera vez que entendí que mi país era capaz de darme vergüenza -- o por lo menos, que no tenía que estar de acuerdo con todas las decisiones políticas de mi gobierno. Era adolescente, y me escribía con un amigo de correspondencia, Miguel, en Panamá. El año era 1989, y por medio de una revista llamada , destinada para jóvenes principalmente latinoamericanos, tuve la oportunidad de escribir a más de 10 personas en Colombia, Panamá, México, Brasil, Puerto Rico, Perú, Costa Rica, España y lo que era en aquel entonces Checoslovaquia. Conocí a dos de aquellos amigos, uno que vino a Estados Unidos desde Costa Rica, y otra cuando yo fui a Sevilla durante un viaje a España en 1998.

ex-dictador panameño, Manuel Noriega

Miguel y yo llevábamos unos meses escribiéndonos cuando Estados Unidos invadió Panamá el 20 de diciembre de 1989. Hasta aquel momento, nos contábamos lo normal para dos adolescentes - generalmente, se trataba de qué música escuchábamos, adonde salíamos y con quien, y cómo eran las clases. Pero cuando pasó "aquello," cuando los tanques pasaban por las calles de la ciudad de Panamá y los militares subían a todo volumen una música horrible para hacer que Manuel Noriega saliera de su casa para que lo pudieran detener, cambió la amistad que Miguel y yo habíamos forjado por carta. Me contó su tristeza de lo que sucedía en su país. Aunque nunca me lo dijera explícitamente, sabía que yo pertenecía ahora al país invasor, y él, al invadido. Dejamos de escribirnos poco después.

Por lo menos en aquel entonces, se presentaba esta invasión como lo mejor que pudo suceder para Panamá. Similar al caso de Irak, uno de los motivos, ante todo, fue destronar a un dictador, supuestamente para el bien de los ciudadanos. Me metí en Wikipedia a ver qué decían sobre la invasión de Panamá. Entre las razones que citan son: defender a los ciudadanos estadounidenses que se encontraban allí; defender los derechos humanos; y parar el narcotráfico. ¿Defender los derechos humanos? ¿O era más bien defender los intereses de Estados Unidos en la región? ¿Será esta la historia que cuentan los libros de historia en este país sobre la guerra de Irak? ¿O hablarán también de las violaciones graves en contra de los derechos humanos que se produjeron en Irak y Guantánamo?

Para mí, Panamá representó la primera vez que sentí un conflicto interno sobre mi estatus como ciudadana estadounidense. Yo era "gringa." "Yanqui." Volví a experimentar una emoción parecida cuando entré en la universidad. No sabía mucho de la historia brutal de la esclavitud en este país, o de la larga y continua trayectoria del movimiento para derechos civiles, hasta tomar un curso titulado "Black Experience" (la experiencia negra), que presentaba la historia estadounidense desde la perspectiva afro-americana. Tampoco sabía del papel de Estados Unidos en las dictaduras del Cono Sur. Y la primera guerra en Irak era, para mí, unas luces nocturnas medio verdes con explosiones intermitentes. Cuando me fui enterando de todo lo que nunca había aprendido, recuerdo haberme sentido engañada, avergonzada, y enfadada. Pero tuve la suerte de tener a profesores que me ayudaban a abrir la mente a otras historias, a otras Historias.

No siempre me consideraba una persona políticamente responsable; ahora que lo pienso, era una veinteañera relativamente apática. Las clases que tomé no me cambiaron radicalmente la actitud hacia la política o me hicieron participar activamente en campañas o manifestaciones o escribirle cartas de protesta o petición a mi congresista local. La verdad es que tuvieron que pasar varios años -- la presidencia de Clinton - antes que realmente consideré seriamente mi relación con la política, y mi relación conmigo misma como ciudadana estadounidense. Las elecciones de 2000, en que Al Gore "perdió" para cederle la presidencia al hijo Bush, me provocaron una frustración enorme y un sentido de injusticia, y los Estados Unidos después del 11-S marcaron una nueva etapa en la evolución de mi relación con la política y los políticos.

La anécdota sobre mi amigo panameño y mis reflexiones después tienen poco que ver con el tema de este blog, pero surgen aquí gracias a un artículo de opinión que he leído esta mañana,"¿Qué pasó el 18 de julio?," de Emma Riverola, una novelista de la que he escrito aquí en otras ocasiones (ver posts sobre Cartas desde la ausencia y nuestra entrevista). Riverola utiliza una fecha, el 18 de julio, para hablar del papel del sistema educativo en España, sobre todo en lo que se refiere a la enseñanza de la historia reciente. Este es un tema que he comentado aquí antes, y uno que me interesa mucho. Si los libros de texto no enseñan lo que pasó en la historia de un país, si hay información que queda al margen -- por cuestiones de tiempo, espacio, rechazo o pura ignorancia -- los jóvenes se crían en una burbuja que los protege del mundo exterior: como dice Riverola, viven "inmersos en la apatía de la complacencia." Son más fácilmente manipulados por los políticos, y sirven como títeres para los intereses de ellos. Creen ciegamente en lo que leen y lo que ven, y no siempre por culpa suya. La apatía impide la resistencia y el cambio político.

No sé cómo los libros de texto españoles de hoy presentan el 18 de julio. Pero las múltiples interpretaciones de aquella fecha en internet -- que si se denomina golpe de Estado, Alzamiento Nacional o, como señala Riverola, apuntando una web pro-franquista, Día de Liberación - apuntan las dificultades afrontadas por los docentes al enseñar la historia. ¿Puede haber -- ¿debe haber? - un consenso general en los libros sobre la relevancia del 18 de julio para España? Tal vez la pregunta no es esa, sino, cómo bien lo dice Riverola, cómo "devolver a los jóvenes la voluntad de hacer historia"," cómo estimular en ellos el deseo de saber, y ofrecerles las herramientas necesarias para explorar y evaluar distintas versiones del pasado antes de tomar una decisión sobre cómo se debe "leer" ese pasado.

Riverola menciona el impacto de las nuevas tecnologías en nuestra consciencia del pasado: "Las nuevas tecnologías nos han impuesto la inmediatez. El ocio, el conocimiento y el consumo en un clic. Todo es rápido, todo es fácil y rabiosamente innovador. [...] Allí, entre las máquinas de escribir y los papeles que huelen a polvo, duerme nuestro pasado." Especialmente a causa de la velocidad con que el internet publica y borra las noticias, transformando la historia literalmente minuto por minuto, parte del rescate del pasado depende de nuestra habilidad de leer críticamente las historias que recibimos, de apuntar y cuestionar lagunas, blanqueos, mentiras y revisiones que son más bien falsificaciones de documentos, de nombres y de fechas. Pero la otra parte depende de nuestra responsabilidad -- como ciudadanos de cualquier país del mundo -- de, en palabras de Riverola, "transmitir el legado de la historia para que los errores del pasado no se conviertan en la herencia de las futuras generaciones."

Si somos docentes, "transmitir el legado de la historia" es nuestra labor más importante, y no sólo en las clases de historia. Como profesora de literatura, tengo el deber de ayudar a que mis estudiantes conozcan el contexto histórico en que fue escrita una novela. Pero lo que es tal vez más importante, tengo la obligación de motivarlos a explorar más allá de las fronteras del aula y empezar sus propias investigaciones.

Yo nunca he enseñado el 18 de julio como el "Alzamiento Nacional." Ni siquiera utilizo esa frase, pero cuando aparece, explico su relevancia, sus autores, y sus connotaciones. Luego pasamos a hablar de la frase "golpe de estado." Porque el 18 de julio era un golpe de estado contra un gobierno democrático, legítimamente elegido. De acuerdo con el historiador Julián Casanova, "no hay que darle. . .demasiadas vueltas al asunto: sin esa sublevación, no se hubiera producido una guerra civil. Habrían pasado otras cosas, pero no aquella matanza. La mayoría de los historiadores sabemos hoy que eso fue así, aunque se busquen otras excusas o la derecha políticamente centrada de finales del siglo XX se niegue a condenar en las Cortes a los sublevados de 1936, precisamente a aquellos que los cerraron a cal y canto a los representantes legítimos de los ciudadanos durante más de cuatro décadas" (48-9, en La Iglesia de Franco).

Perspectivas contrastantes del 18 de julio:


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