sábado, 25 de abril de 2009

"Utilidades de las casas " de Isabel Cobo

La semana pasada traje conmigo al aeropuerto un libro corto, de unas 140 páginas: los vuelos no iban a tardar mucho en llegar, pero la espera, sí. El libro se llama Utilidades de las casas (Caballo de Troya); su autora, Isabel Cobo, nació en 1958 en Madrid y en 2003 ganó el primer premio de Poesía Infantil Luna del Aire para Versos para estar guapo. Esta es su primera novela. La obra está compuesta de tres "movimientos" que, igual que en la música, bien podrían leerse solos. Pero estos movimientos se dependen e interrelacionan para construir una narrativa completa.

Antes de hablar del libro, hay que admitir que llevo tiempo viviendo en una especie de burbuja literaria, en la que sólo me permito leer lo relacionado con el tema de mi investigación, que es principalmente la literatura contemporánea sobre la GCE y el franquismo. Tiendo, entonces, a devorar libros de ficción y no ficción, la crítica relevante, y libros de teoría en torno a la memoria y el trauma. En inglés mis hábitos de lectura son pésimos: cuando viene a literatura, con tal de que no sea poesía o relatos breves, generalmente no leo en inglés. Algún día supongo que volveré a leer novelas en inglés, pero de momento, no me interesan. Digo todo esto porque sé que me estoy limitando mucho, y casi no leí Utilidades de las casas hasta que vi en la contraportada, bajo el "Aviso a los lectores," unas palabras que siempre me llaman la atención: "la nostalgia," "la memoria" y "la posguerra."

Utilidades de las casas me tuvo extrañamente enganchada durante un par de horas. Sentí como si leyera, en vez de una novela, unas reflexiones poéticas, incluso filosóficas. Las oraciones parecen más bien como versos, y los capítulos, poemas en prosa. Tenía la sensación de estar entrando en y saliendo de un sueño, uno de esos sueños en que uno reconoce figuras pero sabe que no son lo que parecen. Así vuelven los muertos a hablar: con las caras que todos conocemos, pero hablando con palabras que tal vez no captemos del todo. Según la descripción del libro:
Algunos tenemos la sospecha de que la nostalgia es un modo de resignación. La memoria, en ese sentido, sería todo lo contrario porque más que con el pasado tiene que ver con el presente con el futuro. En litetaura la frontera entre uno y otro concepto no siempre se encuentra bien delimitada, y no caer en la nostalgia cuando se quiere explorar la memoria es un ejercicio narrativo que exige atención, sentido de la medida y tener claro un punto de llegada. Esta novela se agita en territorios peligrosos porque merodea la memoria de una infancia que se mueve en el filo de la navaja. En estos casos la precisión del lenguaje lo es todo. Precisamente porque la evocación tiene que construir una tierra firme para no caer en la autocomplacencia. Precisión, contención, oído narrativo, talento visual son las herramientas desde las que este libro construye una memoria que parece esconder respuestas y preguntas con las que entender los dilemas del presente. Si vivir es elegir, ¿dónde situar una infancia con dos casas? Casas y habitaciones que son memoria y guardan memoria. Una familia rural en la España del silencio de la posguerra civil. Un abuelo que calla. Una abuela que desgrana cuentos. Unos padres casi ausentes. Una niña que oye, mira y crece.
Es esta niña que "oye, mira y crece" la que rememora los veranos que pasaba en casa de sus abuelos. En realidad, son dos casas, como indica el título -- "una para el día y otra para la noche" (13), o la "casa de abajo" y la "casa de arriba," respectivamente. No soy experta en las teorías jungianas, pero es interesante notar que en el mundo onírico jungiano los cuartos de una casa simbolicen los diferentes espacios de la psique: la consciencia y la subconsciencia. Por ejemplo, Jung diría que la "primera planta" de una casa representa en los sueños nuestra consciencia normal, mientras que bajar o descender hasta el "sótano" indicaría nuestro intento de llegar hasta lo latente, etc. Aquí, sin embargo, no son los cuartos de las casas, sino las casas mismas, las cuales se asocian con diferentes maneras de abordar el pasado.

La narradora empieza su historia distinguiendo entre las dos casas; por lo general, son descripciones como letanías de objetos contenidos dentro. Muchas veces, son muebles que observa, poblándose los cuartos como recuerdos esparcidos aquí y allá. Entre las camas, las sillas y "una mesa que había en un comedor donde nunca se comía" (23), también encontramos "la fotografía de un joven despreocupado y risueño que había muerto poco después de ser retratado" (14). Encontramos en dos arcones cerrados un vestido negro, y la palabra "luto," la que, "aún siendo tan corta, tan simple, nada más hacerse sonido en contacto con el aire explotó en un sinfín de partículas tenebrosas" (37). Es esta palabra que parece marcar la novela: en un sentido Utilidades de la casa es sobre negociar con la memoria de la muerte. Al mismo tiempo vemos la huella de un hijo de 18 años, muerto en la guerra, y la tinta imborrable de otra muerte - la que produjo el padre de este joven. El peso de estas muertes se percibe en el silencio del abuelo y es algo que se absorbe en los recuerdos de la niña, en los "huecos invisibles entre las palabras que uno mismo se cuenta" (73).

En contraste con el silencio del abuelo, la abuela actúa como una Scherezade: "Los cuentos los iba desgranando la voz de mi abuela cada noche. Para contar cuentos mi abuela se enfundaba en un camisón muy largo, hasta los pies, suave y blanco como si fuera de nieve, aunque al tacto era cálido, y el olor era algo parecido al del aire cuando está a punto de llover. El camisón de contar cuentos" (18). Uno de los cuentos que recuerda la narradora es la de la niña Rayanatví. Este cuento ocupa su propio capítulo y se destaca por ser considerablemente más largo que los demás capítulos de los tres "movimientos." En el blog Solodelibros la reseña de Utilidades de la casa explica que "este cuento desmerece la colección de recuerdos que se van hilvanando a lo largo de la obra y aparece como un apósito de estilo impostado que nada aporta." No estoy de acuerdo: aunque el cuento de la niña Rayanatví pueda parecer un poco fuera de lugar, no se incluye al azar. Para mí este cuento de la abuela ayuda a reunir los cabos sueltos de la memoria de la infancia de la narradora. No explica todo, pero ofrece, como un espejo, un reflejo de lo secreto o lo oculto, lo no hablado: "El hueco invisible permanece abierto, como si fuese imposible taparlo por más palabras que se le pudieran poner encima" (73).

El cuento de Rayanatví es sobre "el Señor de las Tormentas," sobre jóvenes desaparecidos en el monte, sobre cómo "año tras año, fracaso tras fracaso" (83) se sigue luchando para derrotar a este "ser malvado" (81). La niña del cuento, como la de la novela (ahora hecha mujer y mirando hacia atrás), cose y cose, uniendo telas para proteger a sus siete hermanos del frío del monte, sabiendo que por cuanto trabaje, jamás podrán volver. Y por fin Rayanatví propone coser todo y a todos juntos, para que nadie desparezca o muera. Con sus hilos, extiende y continúa la memoria, uniendo unos con otros.

Utilidades de las casas no es una novela -- y unos dirían que ni siquiera es novela -- sobre la guerra civil, o sobre la guerra en sí. Incluso se puede leer sin ser consciente de que tenga lugar en España. Más que nada, la novela de Cobo me recuerda lo que denominaría el filósofo francés Gaston Bachelard la "poética del espacio." Bachelard dice: "First of all, as is proper in a study of images of intimacy, we shall pose the problem of the poetics of the house. The questions abound: how can secret rooms, rooms that have disappeared, become abodes for an unforgettable past?" (xxxvi).

En la novela de Cobo, la casa no es una casa como la pensamos generalmente. La casa es una estructura doble, que hereda y deja una herencia. Sus habitantes siguen viviendo en ella aún cuando el espacio físico termina de existir, como explica la narradora: "Hay casas que son como esas viejas historias que nos contaban: tienen un principio, tienen un nudo, y tienen un final. [. . .] Y este es su final, el final que yo me sé: desde hace ya muchos años es de otros dueños; y esos dueños hace tiempo que están muertos" (127). Volviendo a la idea jungiana de la casa como psique, tal vez podemos entender las dos casas de esta novela como representativas de la memoria y el olvido y cómo operan. ¿Qué pasa cuando la casa nos habita y nosotros ya no vivimos en ella? ¿Qué pasa cuando ya no hay quien narre la vida de los muertos? Esa, para mí, termina siendo la pregunta esencial de esta novela.

Utilidades de la casa es una novela que da la impresión de ser una lectura fácil o rápida. Pero no lo es, y se debe leer lentamente, y con calma. Hay que vivir dentro de este libro, como si se estuviera dentro de una casa simultáneamente conocida y desconocida, para poder apreciar que "su solidez es tu fugacidad" (131).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente artículo y excelente ojo. Muy interesante la reflexión de Jung y además es correcta. Esta señora esta metida en los círculos surrealistas, conoce a fondo el psicoanálisis y sus variantes.

engrama dijo...

Muchas gracias, anónimo. Me alegra que te haya gustado el post. El libro es muy recomendable.

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