sábado, 24 de enero de 2009

El cine documental y la memoria

Bucarest, la memòria perduda, es un documental autobiográfico de Albert Solé, un periodista y cineasta nacido en el exilio en Rumania en 1962. Se estrenó hace poco más de un año ya, pero me he enterado de él sólo hoy, al leer El documental como síntoma, un editorial del director en El País. El documental ha estado nominado a los premios Goya.

Solé es el único hijo de Jordi Solé Tura, un político español encarcelado y exiliado en los años 50 por su militancia antifranquista, y el que luego se destacaría por ser uno de los padres de la Constitución y Ministro de Cultura bajo los gobiernos de Felipe González. Abajo se puede ver un fragmento de una entrevista con Albert Solé, en el que habla de darse cuenta de que su padre padecía del alzhéimer.



Solé Tura no es el primer político español para ser diagnosticado de demencia en los últimos años (Adolfo Suárez, Pasqual Maragall); en un país tan ocupado con el tema de la memoria y el olvido, esta conexión resulta muy simbólica. En EEUU sólo hay que pensar en el caso de Ronald Reagan, un hombre cuya candidatura y presidencia fueron marcadas por su empeño en devolver al país al mítico lugar del cine hollywoodiense (leáse: recordar con nostalgia una época perdida para no tener que enfrentarse con el presente), un hombre cuya frase memorable llegó a ser, "No recuerdo." Es imposible decir por cierto si su insistencia en no recordar era síntoma de su alzhéimer latente, o si le proveía con una coartada conveniente al ser cuestionado por temas de gran relevancia política, como sucedió con el escándalo Irán-contra.

Políticamente hablando, el caso de Solé Tura no tiene nada que ver con el de Reagan. Pero cuando los políticos pierden la memoria, se pierde también parte de la historia nacional, porque esa figura ya no puede comentar directamente lo que experimentó, ni especular sobre las decisiones que tomó ni por qué. La historia personal y política se apropian por los que creen poder contárnosla en su lugar, muchas veces tendiendo a mitificar al personaje. Seguramente esto pasó al morirse Reagan, cuando su cortejo fúnebre se nos presentaba en la tele como la muerte de una era entera. Y creo que también ha pasado hasta cierto punto con Adolfo Suárez, porque recuerdo estar en Madrid en verano de 2005 (cuando su hijo anunció que el padre de este sufría una demencia) y preguntarme si no se manipularía ahora aún más la memoria de la Transición.

Por lo que he leído, el filme de Solé combina un estudio del deterioro de la memoria biológica de su padre con un intento de recuperar un pasado histórico y personal. Según comenta el director en Todo cine:
Nunca es fácil rodar un documental autobiográfico, y más cuando he estado tantos años "robando" historias ajenas para mis documentales. Sin embargo, siento que la imagen de mi padre se está desdibujando. Cada vez que avanza un paso más en su enfermedad, me doy cuenta que ese inmenso capital acumulado a lo largo de una vida intensa se está perdiendo. Siento la frustración de no poder capturar sus recuerdos, de no poder explicarle a mi hija pequeña y a las nuevas generaciones la riqueza y la complejidad que rodearon las vidas de esa generación de idealistas. Por otra parte, hay mil preguntas sobre mi propia historia que se están quedando sin respuesta, algunas de ellas afectan a la Historia con mayúsculas, otras son de índole estrictamente personal. Bucarest es, a la vez, búsqueda personal y reflexión histórica. El documental va evolucionando hacia nuevos temas. Al final, se convierte en una metáfora sobre el alzheimer y la pérdida de la memoria. Es un documental que se va construyendo sobre las informaciones que van aportando los entrevistados. Es una búsqueda difícil y a veces dolorosa, pero un viaje necesario para recomponer el puzzle de la memoria.
En el editorial de hoy, Solé considera el papel que desempeña el cine documental en la sociedad española, por un lado lamentando su visibilidad escasa en el cine y la televisión, y por otro lado notando que este pasado año ha habido un aumento en las películas documentales producidas, factor que ve como "síntoma" de un país que aún intenta "ordenar [su] álbum de fotos." Por mi parte espero que los documentales cobren valor en el ámbito público del cine español, pero por otro lado, entiendo que el cine documental siempre ha sido y será un género minoritario. El internet puede jugar un papel importante en difundir estos filmes y hacerlos llegar a espectadores inesperados. YouTube y otros servicios muchas veces contienen documentales enteros, ofreciendo acceso a los de nosotros que nunca los habríamos visto de otra manera. Pero si los documentales se pueden leer como la necesidad de una sociedad de mirarse al espejo, es problemático que sigan siendo mayormente materia del "canal Arte." El cine documental parece ser el lugar propicio para tratar con la memoria (sé que hay algunos que proponen que el cine de ficción es mejor en este sentido), especialmente cuando permite elucidar las conexiones entre lo personal y lo político y entre las diferentes generaciones que intentan recuperar un pasado que se les escapa. Este punto es uno con que se enfrenta no sólo Solé, sino muchos otros cuyos parientes sobrevivieron la GCE y el franquismo. ¿Quién contará el pasado cuando sus protagonistas ya no pueden, y cómo?

No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails