De: Qué Leer
Elena Moya: la guerra civil al otro lado del Canal
Tras doce años en Londres, esta periodista tarraconense ha escrito en el inglés de allí una novela sobre la guerra civil de aquí, “The Olive Groves of Belchite” (Pegasus). Experiencia, la de publicar originalmente en el extranjero, que ella misma nos relata en espera de vender los derechos de la obra para el mercado español. Texto: Elena Moya
Soy de Tarragona y siempre sonrío cuando me preguntan si soy “originally Spanish”. Os aseguro que soy Spanish de pies a cabeza y nunca llegué a imaginar que pudiera publicar una novela en inglés. Pero la vida realmente da sorpresas. Llevo doce años en Londres; recalé aquí después de haber estudiado un Master en Periodismo Económico, gracias a una beca Fulbright, en Estados Unidos. Lo mío siempre ha sido el periodismo financiero y aquí empecé en Bloomberg, rodeada de pantallas más de doce horas por día. Al cabo de unos años, en medio de la jungla andina, mientras recorría el Camino Inca hasta el Machu Picho, me di cuenta de que, si no ponía un poco de creatividad a mi vida, acabaría convertida en un robot.
Me apunté a una diplomatura universitaria en Londres, “Creative Writing,” que disfruté mucho durante dos años. A pesar de todo el trabajo que conllevaba, era un respiro escaparme de los movimientos bursátiles para pensar en personajes, tramas, descripciones y diálogos.Pero aprendí muy poco –aunque sí tuve grandes profesores que, al menos, me animaron a soñar–. Fuimos unos cuantos que seguimos la tradición universitaria inglesa y formamos un grupito, tras acabar, para seguir con nuestros proyectos. Por entonces, a mí siempre me había fascinado el tema de la guerra civil española y sabía que quería aprender y profundizar más.
Todos los meses, unas cinco personas nos reuníamos en una casa y, rodeadas de tazas de té, comentábamos los capítulos que cada miembro del grupo había mandado por mail a todos, una semana antes de la reunión. El beneficio de cuatro comentarios era máximo, como también el trabajo de preparar el propio capítulo, además de leer el de los demás. Pero la crítica era buena y, sobre todo, constructiva: no se podía decir “no me gusta” a secas. Si algo no funcionaba, había que explicar por qué y, sobre todo, dar alternativas. ¡Había que pensar mucho!
Este ejercicio nunca lo hubiera podido hacer en castellano, mi lengua materna, porque los del grupo eran ingleses. De hecho, creo que de no haber pertenecido al “Writers’ group” nunca hubiera acabado la novela. Primero, porque era muy novel y necesitaba ayuda y apoyo. Y, sobre todo, porque al tener que trabajar siempre a tiempo completo seguramente no hubiera tenido la disciplina de escribir y reescribir tanto. Las reuniones me daban un deadline todos los meses que me imponía presentar capítulos.
Ahora, después de la primera experiencia, tengo mucha más confianza y he aprendido cómo uno debe empezar, al menos. Por eso, mi segunda novela será en castellano y la haré por libre. Pero a todos los que intenten escribir y no tengan experiencia, les recomiendo apuntarse a un grupo de escritores. Para mí, su ayuda fue fundamental (¡y es mejor que no sean amigos!).
Los cuatro años que pasé escribiendo me llevaron a lugares y situaciones insospechadas: hablar con ancianos en Belchite, recorrer pueblos del Ebro en busca de balazos en las paredes de los cementerios (el paredón), hasta entrar en una sauna con el portátil escondido debajo del albornoz. Lo mejor de las novelas, y de las profesiones creativas, es que no hay límites, los ponemos nosotros mismos, y cualquier aventura vale para agilizar la imaginación. Mi novela narra las consecuencias de la guerra civil en tres generaciones de mujeres. Hay una historia de amor entre dos mujeres y una subtrama del Opus Dei.
El esfuerzo y las horas ante el ordenador empezaron a dar sus frutos a partir del tercer año, cuando le había pillado el “tranquillo” al asunto. Finalmente llegué a tener la sensación de control –por fin el toro estaba cogido por los cuernos–. Una novela de 120.000 palabras alberga muchos detalles y es muy difícil mantenerlos todos en la cabeza a la vez, cuando uno tiene que currar para pagar la hipoteca. Pero poco a poco la cosa va cristalizando y los personajes empiezan a tener vida propia. Ése es el momento más dulce. Este proceso interior, para mí, ha sido el más gratificante. Luego, ante mi sorpresa, conseguí que me lo publicaran (después de que dos amigas inglesas, editoras, me lo revisaran.) Unos cuarenta agentes me rechazaron, pero justo la primera editorial que contacté me fichó. Nunca hay que dejar de intentarlo.
Hice una presentación muy galáctica en Londres, con Michael Portillo, Paul Preston y Jimmy Burns, en un restaurante español en Kings’ Cross llamado Camino. Y otra en Tarragona, en enero, muy entrañable, rodeada de profesores y ex compañeros de clase. Tengo ahora más actos (el 31 de marzo en la librería Cómplices de Barcelona). Estos eventos son especiales, pero lo que llena el corazón (desde luego, no los bolsillos) es el viaje interior. Lo recomiendo a todo el mundo. Aunque uno no vaya a escribir una novela, cualquier cuento, o pequeña investigación sobre algún tema que nos interese, se puede escribir en una, veinte o cincuenta páginas y darle una encuadernación digna. ¡Ánimo!
Ver reportaje en PDF en La Vanguardia ("De Londres a Belchite")
No hay comentarios:
Publicar un comentario