Para mí uno de los efectos residuales de la escuela graduada es ya no poder simplemente leer un libro, cerrarlo y hacer otra cosa. Si es un libro que realmente me gusta, no dejo de apuntar y subrayar pasajes. Me gusta empezar una novela sin haber leído demasiadas reseñas o saber la biografía completa del autor, para luego ir indagando en los detalles que me interesen. Así leo con la mente más o menos tranquila, y formo mis propias ideas antes que me afecte lo que diga algún crítico literario. Afortunadamente, como Cartas desde la ausencia salió en abril 2008, aún no hay mucha información disponible (por lo menos en Estados Unidos o por internet) sobre la novela, aunque sí existen algunas reseñas breves y un par de entrevistas en diarios.
"El legado" es un título apropiado para este último capítulo de la novela, porque aquí las cartas cruzan varias generaciones, pasando de los supervivientes de la guerra a los que nacieron en los años 60. Lo impresionante de esta sección es su forma de exprimir la esencia histórica y política de varias décadas; Riverola escribe sin perder el rumbo de las historias personales que transcurren al lado de acontecimientos como la II Guerra Mundial, la muerte de Stalin, la repatriación de los niños a España, la revolución cubana, la muerte de Franco, y las elecciones democráticas. Por alguna razón (¿cuestiones de espacio?), hay una laguna entre 1980 y 2006, pero no creo que quite valor del resto de la obra. De hecho, como indican el título y la autora misma, son estas lagunas que forman el eje de la novela.
Leer una novela epistolar siempre significa leer la ausencia. La carta es sólo una huella física de su remitente, y en la era antes del e-mail, no llega con regularidad. La comunicación en Cartas desde la ausencia se interrumpe vez tras vez por múltiples guerras; la censura; trastornos emocionales o psíquicos; discusiones que se convierten en silencios; el encarcelamiento y la muerte; y por algo tan sencillo como el tiempo que lleva para hacer llegar una carta de un lugar a otro. Las palabras evocadas en estas cartas se tiñen de preguntas, recuerdos reales e inventados (muchas veces los niños comentan que tienen que inventar recuerdos de España), y cargan con el peso de no saber.
Desde dentro de España, las palabras se tienen que elegir con cuidado, para evitar la censura o algo peor. Asimismo leemos cartas de Carmen a sus hijos que dicen una cosa, pero luego confiesan otra cuando van dirigidas a su amiga Gloria. Nunca sentía como si las cartas no contaran toda la verdad, porque inevitablemente había alguna de otro personaje que contenía más información. Sé que suena cliché, pero en muchos casos las cartas actúan como pedazos de un puzzle que tenemos que reconstruir. Pero esta no es una historia con una resolución perfecta: es un puzzle inacabado, y así podemos apreciar mejor los huecos dejados por la guerra y el exilio en la memoria y en el legado de estos personajes.
Como lectores, tenemos el privilegio de poder leer todas las cartas y tenemos acceso a un archivo familiar íntimo -- es fácil sentirse voyeur frente a la información que obtenemos, aunque Riverola nunca explota las vidas de sus personajes, ni cae en la nostalgia o el sentimentalismo tan asociados con el género epistolar. Hay veces en que el lector/a se entera de cosas que se ocultan de los personajes - por ejemplo, de un aborto, una aventura, o un intercambio secreto de cartas. Además, somos los únicos que tenemos la habilidad de leer las cartas censuradas al lado de las cartas originales, así que la autora nunca nos priva de la información necesaria para reconstruir las historias de sus personajes.
Hay muchísimos temas de los que podría hablar en relación con esta novela, pero de momento el que me interesa es el mecanismo de la carta, y el triángulo que forma entre los remitentes, los destinatarios, y los lectores implícitos. De ninguna manera quisiera empezar a intentar hablar de teóricos como Lacan o Derrida y sus evaluaciones de "la carta." De hecho, no confío mucho en mi habilidad de explicar lo que he leído de estos dos filósofos. Pero resulta imposible pensar en una novela epistolar sin tener en cuenta lo que han dicho sobre "la carta," a pesar de que no están hablando de una carta como la conocemos (o del contenido de ella en sí), sino de la naturaleza de la relación entre remitente y destinatario. Esta es una cuestión que Slavoj Žižek también ha explorado intensamente en muchas de sus obras críticas (aquí, en el libro Looking Awry):
A letter always arrives at its destination - especially when we have the limit case of a letter without addressee, of what is called in German Flaschenpost, a message in a bottle thrown into the sea from an island after shipwreck. This case displays at its purest and clearest how a letter reaches its true destination the moment it is delivered, thrown into the water -- its true addressee is namely not the empirical other which may receive it or not, but the big Other, the symbolic order itself, which receives it the moment the letter is put into circulation, i.e., the moment the sender 'externalizes' his message, delivers it to the Other, the moment the Other takes cognizance of the letter and thus disburdens the sender of responsibility for it. (10)Dicho sencillamente, se crea un significado no por lo que dice la carta, sino al reconocernos destinatarios de la carta misma. En palabras de Althusser, este sería un acto de interpelación: al entender que se nos está siendo dirigida la carta, vamos creando una interpretación y examinando cómo nos relacionamos con ella. En este contexto, entonces, es interesante que Žižek utilice el término "responsabilidad," situando esta responsabilidad no con quien ha mandado la carta, sino con el Otro que la "recibe."
Muchas novelas contemporáneas de la GCE y el franquismo parecen tratar la cuestión de la "responsabilidad" del lector/a hacia el pasado y también el futuro. Estas novelas muchas veces dan la sensación de ser novelas detectivescas; el lector/a explora, junto con el protagonista, algún episodio olvidado o desconocido de la guerra y/o la posguerra, en una narración teñida de autoreflexión y elementos metaficticios. Hablo de libros como Soldados de Salamina, Otra maldita novela de la guerra civil, La mitad del alma, Camino de hierro, Los girasoles ciegos, etc. etc. En estas obras lo que se estudia no es la historia con hache mayúscula, sino la historiografía (tal vez un poco menos en Los girasoles ciegos, pero pienso en particular en Segunda derrota). Se pregunta ¿cómo se ha escrito la guerra civil, y qué se debe hacer con tal información?, sobre todo ahora que el archivo del pasado ha caído en manos de la llamada segunda o tercera generación -- a veces sin querer. En todos estos libros encontramos simulacros de documentos franquistas, testimonios orales, cartas y diarios personales que ayudan a iluminar (y a veces, confundir) las investigaciones del narrador o protagonista. Hay diálogos entre los que sobrevivieron la guerra y los que nacieron en la democracia. Hay viajes que cruzan fronteras, que llevan a los personajes a explorar archivos y relaciones familiares antes desconocidas. Hay también un movimiento constante entre pasado y presente, con una falta de tiempo lineal.
La novela de Riverola comparte algunas de estas características, como el tiempo no cronológico (lo digo por el capítulo "La derrota," que ocurre en 2006, para luego volver a 1940). Pero por otro lado es una novela distinta a otras que he leído sobre la GCE y el franquismo porque aquí no interviene una voz narrativa; no hay quien juzgue o interprete la evidencia del pasado. Lo que hay son las cartas, y las respuestas y los silencios que se producen después. Los lectores tenemos más información a nuestro alcance que los personajes; tenemos que crear un nuevo significado de lo narrado.
Es significativo que, de todas las cartas de Cartas desde la ausencia, la última sea para Paula, una mujer de 43 años que, en 2006, ya había pasado la mayoría de su vida en la democracia. Paula recibe esta carta, pero no la lee (otra vez, hemos podido leerla antes que ella). Paula también ha escrito una carta, y al final del libro la vemos enterrar con Andreu (no voy a decir cómo se relaciona con ella). Aunque muerto, son las palabras de este hombre que terminan la novela, buscando en Paula la respuesta de la "inmensa ausencia de mi vida" (287). La red de cartas termina con la muerte de Andreu, pero la novela me hace pensar que la reunión de Paula con él significa que ya no serán necesarias, y que Paula reconstruirá su propia historia partiendo de las de otros. Aún así hay que destacar que aunque haya este primer y último encuentro, representa ya otra ausencia o silencio: la carta de Paula, enterrada con Andreu, y la carta de Andreu, aún no leída por Paula. Tal vez lo importante es que cada uno haya sabido de la existencia del otro, aunque nunca se conocerán en persona.
Cartas desde la ausencia es una novela conmovedora, que explora el exilio de los niños a la URSS y los efectos duraderos de esta ausencia en ellos y en su familia. ¡La recomiendo mucho! Aquí se puede leer una entrevista con Emma Riverola, de La Vanguardia.
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