miércoles, 31 de diciembre de 2008

Cartas desde la ausencia de Emma Riverola - parte 3

Leyendo Cartas desde la ausencia a trozos durante el viaje en coche entre estados, me he dado cuenta otra vez de lo mucho que aún me falta saber sobre la GCE y la posguerra, especialmente en lo que se refiere a la diáspora española del exilio (un tema que me interesa más con cada nueva lectura). De hecho, creo que esta novela me ha inspirado a investigar un poco más la relación de los exiliados a la URSS con España y Cuba.

Las primeras 120 páginas de la novela consisten en cartas enviadas entre 1936-1940, a excepción de una especie de confesión escrita de Jaume a su esposa Carmen (parece ser en el lecho de muerte) el 23 de septiembre de 1938. Esta carta, a diferencia de las otras, no se dirige explícitamente a un destinatario y forma parte de un capítulo titulado "La impotencia." Luego aparecen las otras cartas de las que ya he hablado, en "El desgarro." Con la última carta el lector/a de repente se encuentra con un salto a 2006, en la sección "La derrota."

"La derrota" representa un cambio brusco no sólo por la cuestión temporal, sino por el tono de la narración. Donde antes leíamos cartas de la URSS del niño Andreu, ahora ese niño es muy mayor, un señor amargado y roto que recuerda su vida después del exilio, con un odio intenso para Stalin, a quien llama Joseph, camarada, y Padre. Andreu además confiesa cómo se convirtió en asesino a los 26 años, de su vuelta a España y su extraño encuentro con su madre Carmen, y de su viaje a Cuba poco después de la revolución. Lo que se destaca en esta sección de la novela - más que la dictadura franquista - es la pérdida de la ilusión del comunismo, o de la ilusión revolucionaria en sí, aprendida desde la infancia en la URSS. Andreu reflexiona, bebiendo trago tras trago de ron cubano, y reconociendo que todo lo que pensaba era mentira:
Habíamos sido educados en la ilusión de nuestra patria. Creyendo que algún día podríamos regresar como vencedores. En nuestras fantasías infantiles imaginábamos un país hambriento y desolado esperando la llegada del hombre nuevo como su única posibilidad de redención, como una virgen impaciente en espera de la semilla de su amante. . .Pero no encontramos nada de eso. No había virgen. Nadie nos esperaba. (147)
La confesión de Andreu incorpora mucho más de lo que sé hablar aquí (además no quiero revelar todo para los que aún no hayan leído la novela), pero es importante apuntar que parece ir dirigida a Paula (¿hija de Andreu?):
Querida hija. . .Hija. . .No, no puedo empezar así, me suena falso, nunca me he dirigido a nadie llamándole así. Querida Paula. . .¿Te quiero realmente? ¿Puede sentirse amor por una desconocida? No, un momento, estoy desvariando, tengo que centrarme, he de ordenar mis ideas. ¿Pero qué ideas? Mis recuerdos, sí, mis recuerdos. A ver, ¿por dónde quiero empezar? Por el principio, viejo chocho, por el principio. Pero es que, ¿sabes niña?, me cuesta poner en orden mis recuerdos. . .(126)
Paula es de una generación más joven, y Andreu parece burlarse de estos jóvenes por su falta de ideales: "Un cachito de 0,7%, una manifestación contra la guerra de Irak, dos chocolatinas de comercio justo y el cambio para el tsunami. Unas gotas de solidaridad esterilizada, pasteurizada y purificada para limpiarse el culo de la conciencia" (130).

Me queda leer la última sección de la novela -- ¡qué lentamente leo estos días! -- y veo que se titula "El legado" y sucede entre 194o y 2006. Como en "El desgarro," todo está narrado por carta, e incluye cartas censuradas. También aparecen aquí los primeros emails. Por cierto esta es una característica única de las novelas contemporáneas que he leído sobre la GCE y la posguerra.

Esta novela me ha dejado pensando en cómo hablar de generaciones cuando se habla de los "niños de la guerra." La cuestión de las generaciones limita mucho; no se puede dividir todo tan fácilmente entre "primera," "segunda," y "tercera" generación, por cuanto que quisiéramos poder agrupar a los "hijos" y "nietos" de la guerra, etc. Aún así está claro que la novela de Riverola busca examinar los efectos del exilio no sólo en los que lo experimentaron de primera mano, sino en los que termina afectando décadas después.

Si fuéramos a hablar de la "posmemoria" en este contexto, ¿qué significaría? Andreu mismo habla de su memoria como una que se ha contaminado, cuando dice, "Al menos, el recuerdo de mi padre no se contaminó. Permaneció inmaculado y glorificado como una virgen inalcanzable" (162). Esta memoria "contaminada" es una memoria que se transmitirá a otras generaciones de españoles. Para Andreu, las mentiras del partido forman parte de esta "contaminación." Andreu experimenta una pérdida múltiple (de su familia, de su niñez, de su patria, de su futuro, de sus ideales políticos) que, si se transmite en forma oral o escrita a su hija u otros parientes, terminará cambiando los recuerdos de ellos de España también (y así, cómo se narra su historia).

Se entiende a lo que se refiere Andreu, pero todas las memorias son contaminadas - no existe ninguna memoria "pura" como la memoria virgen que describe. La memoria evoluciona con el tiempo, con cada nueva interpretación del pasado. Parte de "recuperar" la memoria es entender que una memoria ha sido manipulada. Mientras que en la España franquista tal manipulación era un componente clave de la dictadura, en el exterior significaba en muchos casos manipular la memoria de los españoles exiliados a beneficio del país "anfitrión" (como en el caso de la URSS o Cuba de esta novela).

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