En 2005, unos meses después de la retirada de la última estatua de Franco de Madrid (arriba), estuve en Nuevos Ministerios tomando algo con un amigo cuyas creencias políticas, por casualidad, difieren radicalmente de las mías. Estuvimos, que yo recuerde, más o menos al otro lado de la calle de donde había estado la estatua ecuestre hasta marzo 2005. En ese momento, había un pedestal sin nada encima: era obvio que algo importante había ocupado su lugar hasta hace poco. Me iba a atrever a comentar algo al respecto, pero al ver la mirada de mi amigo, me detuve. Lo estábamos pasando bien, y no lo quería estorbar.
La retirada de la estatua ocurrió de madrugada, y para algunos, parecía haber pasado sin previo aviso. Me acuerdo de que ese acontecimiento, por pequeño que fuera en la historia de España, para mí parecía resumir el debate entero relacionado con la memoria histórica. Fuera por motivos políticos o no, la retirada representó una ruptura con (o un intento a romper con) el pasado franquista. Una de las imágenes que he almacenado de los artículos publicados el día después es la de un hombre mayor, fotografiando en su móvil la retirada. Como espectadores, vemos el marco de unos testigos actuales que tratan de captar la despedida involuntaria del dictador.
Desde 2005, ha habido múltiples esfuerzos para retirar la simbología franquista a través de España. Además de la Ley de Memoria, existen varios grupos que operan para quitar nombres franquistas de calles y edificios del estado. En ciertos casos parece haber sido una campaña lanzada desde internet, como se ha visto con el Mapa de la Memoria. Una estatua que aún permanece de pie es la que está situada en la plaza del Ayuntamiento en Santander. Según un artículo del diario Público, en dos días desaparecerá también, aunque esta vez será sólo un elemento de un proceso más grande de "remodelación de la plaza."
Esta noche, gracias a la ayuda de uno de mis colegas, por fin he podido ver el documental Entre el dictador y yo, estrenado el 20-N de 2005. Más vale tarde que nunca. El filme es una serie de cortometrajes de jóvenes directores; dura unos 60 minutos y es una reflexión extendida que surge de la pregunta, "¿Cuándo fue la primera vez que oí hablar de Franco?" Por medio de conversaciones telefónicas, fotografías y vídeos familiares, los directores intentan recuperar una memoria que nunca ha sido suya -- más que memoria, es la transmisión del silencio.
Muchas veces tuve la sensación de oír voces despersonalizadas, como si no encajaran del todo con las imágenes que se nos presentaban. En una de las escenas oímos la voz monótona de una guía que nos apunta detalles de la ciudad (si mal no recuerdo, es Pamplona), mientras que la cámara vuelve su mirada sobre una estatua de Franco. La estatua parece permanecer invisible para la guía y los turistas, pero no para nosotros los espectadores, o para los que vemos sacándose fotos enfrente de ella. Es como un comentario con respecto a la invisibilidad que producen, después de tantos años, símbolos así. Pero también apunta la importancia de alzar la conciencia del público de lo que representan estos objetos.
Conozco los dos lados del argumento con respecto a estos símbolos: la idea de que también forman parte de la historia nacional, y así, deben permanecer donde están, y la que dice que hay que retirarlas todas ahora que España goza de unos 30 años de democracia. Opino que hay que retirarlas y guardarlas para usar en la enseñanza del pasado. En Cantabria de momento se dice que la estatua terminará en un museo que aún no existe.
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