domingo, 24 de agosto de 2008

Los girasoles ciegos


Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, ha sido uno de los libros que más me ha gustado en los últimos años y al abrir mi ejemplar, se nota - está lleno de mis comentarios y subrayados. Salió en 2004, y en 2 años ya había pasado por 12 ediciones, ganando el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica. Por desgracia, su autor no vivió para ver su publicación ni el éxito que tendría -- falleció en 2004.

El tema central de este libro de cuentos es la derrota. Y aquí, este término no sólo se les puede aplicar a los "vencidos," sino también a los "vencedores." Los cuentos tienen lugar entre 1939 y 1942, así que cuando se agrupa este libro con otro de "los de la Guerra Civil," sería mejor considerarlo como uno que retrata la posguerra. Porque lo que narra Méndez no son episodios de la guerra misma, sino lo que viene después -- la huida, el frío, el hambre, el silencio, el miedo y la muerte.

Una de las características de Los girasoles ciegos que siempre me ha llamado la atención es la voz narrativa, la cual se percibe como una presencia casi del futuro, que mira hacia atrás, registrando los archivos. En algún momento preferí pensarla como una voz jurídica, incluso forense, o detectivesca. Leemos, por ejemplo, en el primer cuento, "Primera derrota: 1939 o 'Si el corazón pensara dejaría de latir,'" frases como: "Ahora sabemos," "nos consta," "sabemos por los comentarios," "Gracias a él sabemos," ". . .ha contribuido generosamente para que podamos reconstruir esta historia." El uso del nosotros tiene el efecto de implicar cierta distancia de la historia original, pero al mismo tiempo, de incluir al lector/a dentro de la narración. Lo mismo ocurre en el segundo cuento (mi preferido), "Segunda derrota: 1940 o 'Manuscrito encontrado en el olvido'," donde encontramos las voces de dos narradores - la de un poeta joven huido al monte, cuya esposa acaba de morir en el parto, y la de alguien que incorpora su voz (en cursiva, para distinguirla de la del poeta) desde un "presente." Es difícil no pensar, con estas primeras palabras del cuento, en las exhumaciones actuales que tienen lugar en España:
Este texto fue encontrado en 1940 en una braña de los altos de Somiedo, donde se enfretan Asturias y León. Se encontraron un esqueleto adulto y el cuerpo desnudo de un niño de pecho sorprendentemente conservado sobre unos sacos de arpillera tendidos en un jergón; una piel de lobo y lana de cabra montesa, pelos de jabalí y unos helechos secos les cobijaban. Los dos cuerpos estaban juntos y envueltos en una cocha blanca,'como formando un nido,' reza el atestado. . . (39)
El narrador menciona que en 1952, al buscar otros documentos en el Archivo General de la Guardia Civil, descubrió un sobre dentro del cual había un cuaderno o un diario. Describe minuciosamente lo que ve en este objeto - las características de la letra del autor, los dibujos hechos en los márgenes. Esto sugiere, como antes, un compromiso con los lectores - o una responsabilidad para con nosotros -- para contarnos con precisión la historia original. Pero este narrador no es un narrador omnisciente - incluso parece depender de nuestra opinión (o por lo menos, de la de un público invisible que aún no ha podido conocer). Se nos presenta con el texto del diario, organizado por páginas, en voz del poeta. A veces el otro narrador agrega sus propios comentarios al final de la entrada del diario, para explicar qué más hay que no podemos ver en lo escrito.

Por ejemplo, al final de la entrada de "página 2," dice (otra vez, en cursiva para distinguirse del poeta): "( Hay un poema tachado del que se leen sólo unas palabras: 'vigoroso', 'sin luz' (o 'mi luz', no está claro) y 'olvidar el estruendo'. Al margen y con una letra más pequeña hay una frase: '¿Es este niño la causa de su muerte o es su fruto?')." Cuando se le muere al poeta su hijo recién nacido, escribe su nombre - Rafael - en los márgenes - y leemos el cuidado con que el otro narrador nos relata la información:
PÁGINA 23

El niño ha muerto y le llamaré Rafael, como mi padre. No he tenido calor suficiente para mantenerle vivo. Aprendió de su madre a morir sin aspavientos y esta mañana no ha querido escuchar mis palabras de aliento.

(El resto de la página, con una caligrafía mucho más cuidada que lo escrito hasta el momento, casi primorosa, repite 'Rafael,' , 'Rafael,' 'Rafael,' hasta sesenta y tres veces. La R de Rafael es siempre una floritura vertical a la que envuelve un trazo panzudo que comienza en la izquierda, asciende por encima y se hincha en la derecha describiendo una curva que se junta al trazo vertical más o menos a media altura para volver a separarse de él como una falda almidonada y desvanecerse hacia abajo en un rasgo que se pierde. Es una R inglesa y gótica al mismo tiempo.)
El narrador vuelve a contar el nombre "Rafael" en otros momentos, llegando a 119 a la página 25 del cuaderno, justo antes de terminar. Como el marco que empezó el cuento - narrando el descubrimiento de los cuerpos y del cuaderno, Méndez termina con otra nota del editor/narrador, que explica - parece estar mirando hacia atrás - que en 1954 fue en busca de la identidad del poeta. La historia temina, poniendo nombre y edad al poeta del cuaderno.

No diré nada más sobre los otros cuentos, ni de la perfección con que Méndez une a todos los personajes en el último cuento. Terminaré con el tráiler de la nueva peli (también llamada Los girasoles ciegos) de José Luis Cuerda, que se estrena el 29 de agosto. Por desgracia, para los que no nos encontramos en España, habrá que esperar un poco más.

El libro viene muy recomendado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, muchas gracias por incluir mi blog entre tu lista. Espero que tengas suerte con el tuyo. Te iré leyendo.

Saludos.

engrama dijo...

Gracias a ti, Elita!

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