viernes, 22 de enero de 2010

José Ovejero, en la revista Qué Leer

Ver también el post en este blog sobre La comedia salvaje, de José Ovejero

La revista literaria Qué Leer ha publicado en su edición número 150 un reportaje sobre la última novela de José Ovejero, La comedia salvaje.

José Ovejero: planta cara a la guerra civil

Chiflada e incendiaria, “La comedia salvaje” (Alfaguara) es una esperpéntica reformulación de todo lo dicho y escrito, buenos sentimientos incluidos, sobre el conflicto que devastó nuestro país entre 1936 y 1939.

Texto: Antonio Lozano

Vocación irrastreable

Ovejero quiso ser escritor desde niño, pero desconoce el agente infeccioso. Procede de una familia humilde, de clase obrera, sin inquietudes culturales. Sus padres no terminaron el colegio y en casa prácticamente sólo entraban ediciones coleccionables. Él y su hermano fueron pioneros en cursar estudios universitarios.

Vente a Alemania, José

Ovejero se hartó de España a principios de los 1980. “No estaba satisfecho con el ambiente, con mi vida aquí, conmigo, con el país. Me aburría, me daba la impresión de encontrarme en una provincia de algo que no conocía”. Se marchó a Alemania con la intención de escribir su doctorado en Egiptología –ya había escrito una tesina sobre Los cultos religiosos egipcios en el Mediterráneo oriental- pero la beca se esfumó con la llegada de Helmut Kohl al poder. Durante cinco años no consiguió un trabajo en condiciones, a duras penas pudo sobrevivir, pero ya no tuvo excusa alguna para no escribir. De esta situación general de aprieto nació su primera novela, Añoranza del héroe.

Ni de aquí ni de allá

Ovejero no ha echado raíces por los pies. Ha viajado en abundancia y vive entre Bruselas y Madrid. No se considera “ni nómada, ni sedentario”. Entre otros muchos lugares, ha visitado China, Madagascar, Namibia, Senegal, América, Canadá y prácticamente toda América del Sur y Central. Su experiencia más chocante tuvo lugar en medio de la selva de Madagascar, cuando asistió por accidente a una ceremonia en la que se desenterraba a los muertos para envolverlos en nuevos paños y darles sepultura definitiva, mientras se sacrificaba a machetazos cebúes en su honor.

Malentendido del viajar

Ovejero, que ya subvirtió el manual del buen viajero en su libro China para hipocondríacos, también se presta a desmentir “ese primer tópico que dicta que viajar nos cambia, o nos hace mejores, o más inteligentes, o más abiertos. Para empezar todos acarreamos una mochila emocional muy pesada que no soltaremos por el simple hecho de desplazarnos. Tenemos la idea de que viajar supone experimentar una vida diferente, pero uno está constantemente persiguiéndose a sí mismo, hasta que al final se da alcance y se dice ‘soy yo otra vez’”.

Entre el tedio y el estrés

Ovejero abandonó la ingrata Alemania y se fue a Bruselas a estudiar interpretación con una beca. Se sacó las oposiciones y le sorprendió descubrir que servía para el oficio, ya que tenía capacidad de comunicación. Cuando no estaba en una “misión” (viaje de trabajo), se encerraba en una cabina de cuatro metros por tres con unos auriculares y un micrófono para ofrecer asistencia idiomática, en inglés o alemán, “en una reunión que podía ir de carne picada, seguros de vida o energía atómica, pasando por una cumbre de jefes de estado europeos y las conversaciones de paz en la antigua Yugoslavia”. La afilada concentración y el estrés se alternaban con el aburrimiento supino. Sus momentos de gloria consistieron en compartir espacio y palabras indirectas con Milosevic y Arafat. Ejercer de intérprete traspasó a su escritura un esfuerzo de sincretismo al servicio de la máxima expresividad.

Baja visibilidad

Ovejero pilota un avión de altas prestaciones técnicas pero vuela por debajo del radar. “Para ‘hacer carrera’ como escritor en España se funciona mucho por contacto físico, a base de tomarte cañas con los contactos adecuados. Me harto de dar charlas y conferencias en Estados Unidos, mientras que aquí no se cuenta conmigo, me tratan como a un extranjero. Por otro lado, esta distancia le sienta bien a mi escritura y encaja con mi escasa ambición y mi pereza. Si estoy en modo racional veo claramente las ventajas, pero si me pongo emocional surge la envidia y entonces…”.

Sordos y en bandos


Ovejero se echa las manos a la cabeza cuando mira hacia España porque, desde el norte de Europa, las fosas de imbecilidad y de inquina revelan su perfil de completo disparate. A vista de pájaro, las tertulias adquieren la forma de un gallinero. “Aquí nadie escucha lo que dice el otro, todos sabemos las respuestas de antemano, las opiniones se lanzan con idéntica rotundidad que ignorancia. Parece como si el país no hubiese dejado de dividirse en bandos, en vez de partidos. Por esto cualquier aceptación de un error propio es considerada una traición a tu bando. España puede ser una democracia formal, pero no mental”.

En tela de juicio

Ovejero se plantea sus novelas como una manera de enfrentarse a sus prejuicios, de detectar la falsedad en las construcciones que nos hacemos de la realidad. “La literatura me sirve para desordenar las apariencias”. La guerra civil supone el campo de batalla más encarnizado para poner a prueba este método. “En La comedia salvaje he intentado plantarle cara a todas sus leyendas sagradas y reírme de las banderas, de las Brigadas Internacionales, de la ética y los buenos sentimientos… dinamitar todos los discursos fijados que la circundan”.

Espejo deformante

Ovejero toma prestado en La comedia salvaje el espejo deformante de Valle-Inclán y la lúdica sátira antiestereotipos de Matadero 5. “Kurt Vonnegut explicó que un día se encontraba comiendo en casa de un amigo y contándole que estaba escribiendo una novela sobre la Segunda Guerra Mundial, y notó que la mujer de éste se iba poniendo desagradable con él hasta que ya no pudo más y le espetó ‘Ya, pero al final habrá héroes’. Vonnegut le juró que no incluiría ninguno. Yo me propuse seguir su ejemplo y mantenerme digno hasta el final”.

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