lunes, 5 de octubre de 2009

La censura y el cine español

Se ha diagnosticado una enfermedad en el cine español - muchas películas, aún antes de salir, están destinadas a ganar poco en la taquilla, o a nunca conocerse por la gran mayoría de los espectadores. Para salir bien, o tienen que ser de Almodóvar, o tienen que ser coproducciones. Es una lástima, especialmente para los de nosotros que nos gusta ver cine español. Parecería que el cine de hoy está lejos de los efectos de la censura franquista -- pero cuando se lee un reportaje como el de abajo, es difícil no percibir las secuelas de esta época. Llama la atención la gran ironía de un régimen que intentaba censurar de la gran pantalla escenas violentas, cuando en realidad las practicaba en vida sin ningún pudor.

De: El Periódico de Catalunya (4.10.09)
Las tijeras del franquismo

‘La censura cinematográfica en España’ destapa los vetos, cambios de guión y comentarios que perpetraron los censores durante la dictadura

NÚRIA MARRÓN
BARCELONA

Ejem, ejem. Una mirada aviesa. Ejem, ejem. "Un beso de boca abierta". Ejem, ejem. Una idea peligrosa. En la oscuridad de la sala, Franco y su semblante hierático solo daban muestras de desagrado con leves golpes de tos seca. Ejem, ejem. Al menos, eso cuentan los supervivientes de aquellos cineforums que se celebraban en el Pardo. Durante 40 años, la implacable y arbitraria maquinaria de la censura se encargó de evitar que el general diera excesivas muestras de carraspera y de que el público viera películas que emponzoñaran el glorioso espíritu nacional. "Película totalmente morbosa –se lee en el expediente de La tentación vive arriba–. No hay por donde cogerla".

La sección 121 del Archivo General de la Administración –la que recoge los expedientes de la censura cinematográfica– está preñada de vetos, tachaduras, cortes y cambios en los diálogos que ahora afloran en La censura cinematográfica en España (Ediciones B). Durante dos años, el periodista Alberto Gil García buceó en territorio torquemada –"había tanto polvo que a veces trabajaba con mascarilla"–, y recopiló más de 2.000 expedientes. La inmersión entre ácaros ha permitido que ahora "los jóvenes puedan acercarse a este retrato de la trastienda de la dictadura –dice–. Las tachaduras y las notas de puño y letra de los censores dan cuenta de las obsesiones, los miedos y la perversión del régimen."

Carne, homosexualidad, divorcio, adulterio, aborto, suicidio, iglesia, psicoanálisis y comunismo eran palabras vade retro que llevaban a la rebanada y a que movimientos como el free cinema, la nouvelle vague y el neorrealismo italiano no pisaran las plateas. A continuación, un paseo guiado por los expedientes. Un tour, en palabras de Gil García, a ratos "risible" y a ratos "bochornoso".

LA CARNE ES MALA y, si es de Tarzán, mucho más. Los censores hicieron un preciso inventario de besos prohibidos –"besuqueos, besos de boca abierta, besos mordidos, besos giratorios y con lengüeteo"– y de posiciones ("evitar la situación horizontal de la pareja", dice la carpeta de Los tártaros). Y, cómo no, se vetó toda forma femenina. En ese extendido delirio machista de creer que todo cuerpo femenino existe para llamar al deseo, se cortaron incluso planos de la escena de la bañera de Psicosis, no fuera que las formas de la acuchillada Marion provocaran fantasías. Todo signo de homosexualidad se cubría con un manto, e incluso se prohibió que los niños se expusieran a los pectorales de Tarzán. "La admiración física hacia el arquetipo puede dañar psíquicamente a los adolescentes poco diferenciados, acentuando su complejo de timidez o de angustia sexual, desviando peligrosamente su atención de la sexualidad femenina", dice el veredicto de La gran aventura de Tarzán.

LA FAMILIA FRANQUISTA repudia el divorcio. Y el adulterio. Y la eutanasia. Y el aborto. Y el suicidio. Y el vicio. Y si no, ahí estaba la corte de bolis rojos para recordar que el cine no había nacido para explorar el alma humana, sino para dar lecciones de buenas costumbres. Un ejemplo. Tras el visionado de La ambiciosa, filme mexicano protagonizado por Sara Montiel, un censor de criterio esquizoide escribió: "Gestación y parto de un conyugicidio. Desarrollo impúdico y pegajoso aunque interesante. Inadmisible y sin arreglo posible aunque realizada con buena intención".

Clásico entre los clásicos es el caso de Mogambo, en el que los censores, para evitar un adulterio, se inventaron un incesto. Tal fue el bochorno que los expedientes posteriores están llenos de "prohibir mejor que cortar o cambiar, que no vuelva a pasar como en 'Mogambo'".

Los veredictos, a veces, eran de una virulencia extrema. Para compensar la hiperventilación que había sufrido con un visionado, un censor escribió lo siguiente: "Crimen de lesa humanidad y, en consecuencia, la cabeza que produce tales engendros debería estar colgada en un palo muy alto plantado en la mismísima plaza londinense de Trafalgar". La cabeza que había producido tal engendro es el director Michael Powell. Y el tal engendro, la película El fotógrafo del pánico.

MEMÓCRATAS, filocomunistas y jornalisteros son términos que se propagan en epidemia por el 121. Tras la sesión de peluquería, Tiempos modernos quedó convertida "en una más del tipo cómico que ha realizado el popular actor y director", se lee en su dosier. Y Don Camilo fue prohibida porque hace creer en la existencia de "comunistas buenos".

Hay dos expedientes cuyo grosor es directamente proporcional al barullo que se armó. Expediente número uno: Gilda. Aún no se sabe por qué, pero fue permitida, sin prever la furiosa lluvia de telegramas virulentos que llegaron de los obispos y las juventudes católicas. A la vez que arreciaba el linchamiento, empezó a correr una leyenda urbana que mantenía que, tras el guante, llegaba el estriptís total. Y expediente número dos: Viridiana. Tras algunos cortes en el guión, la película de Buñuel sorteó la censura y ganó en Cannes. Pero el horror que causó en el Vaticano se saldó con la cabeza del director general de Cinematografía y con el inicio de una campaña diplomática para que la película se prohibiera en países como Argentina. Asaeteado como estaba, no es de extrañar el veredicto que en los años 50 soltó Juan Antonio Bardem: "El cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico".

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